Para estos papás que están deseando escuchar y que escuchan una vocecilla donde otros ven madera
Había una vez un viejo carpintero llamado Maese Cereza; un buen día iba a cortar en trozos un pedazo de madera cuando oyó una vocecita suave, proveniente de un leño que decía: “¡No me golpees tan fuerte!”. Esas fueron las primeras palabras de Pinocho, que todavía no era; de un simple pedazo de madera destinado a ser la pata de una mesita que nunca fue. Esta misteriosa vocecita, que lloraba y reía como un niño que no era todavía, causó perplejidad y miedo en maese Cereza, quien se detuvo aterrorizado sin saber qué hacer. “¿Estaré imaginando?”, pensó. “¿Cómo es posible que hable algo que no puede hablar?”. Maese Cereza consideró que ese pedazo de madera era inútil y quería quitárselo de encima. Siguió puliéndolo pero la vocecita exclamaba: “¡Basta ya! ¡Me estás haciendo cosquillas!”. El pobre carpintero cayó al suelo muerto de miedo.
En ese momento, Geppeto, otro viejo carpintero, llamó a la puerta de maese Cereza buscando un pedazo de madera, pues deseaba hacer un lindo muñeco que supiera “bailar, practicar esgrima y dar saltos mortales”. Maese Cereza le entregó el leño, no sin antes haberse peleado. En realidad, estaba aprovechando la oportunidad para deshacerse de tan molesta pieza. No se trataba de un regalo amoroso, sino que era fruto de la necesidad de desprenderse de esa vocecita insoportable que le hablaba incesantemente, atemorizándolo. Geppeto sin embargo, soñaba con un muñeco ideal con el que compartir la vida. La primera pregunta que Geppeto se hizo, en tanto padre de la criatura por venir, fue el nombre: “ ¿qué nombre le pondré?. “Lo llamaré Pinocho. Ese nombre le traerá suerte”.
Ahora volvamos a la realidad y pensemos el cuento como lo cuenta Esteban Levi, un genio psicomotricista: ¡Pinocho era un TEA! O un trastorno del espectro del autismo y Maese Cereza y Geppeto dos profesionales distintos. Un TEA es un niño con una dificultad para encontrar su sitio en el mundo, no encuentra la manera de conectar con los demás y sus intentos de hacerlo (como en el cuento la vocecita de Pinocho) atemorizan a quien los escucha. La voz de un niño sólo puede escucharse a través de la propia, la escucha aquel que está dispuesto a dar sentido al ruido de una llamada, a realizar del grito una palabra, de un movimiento un gesto. Maese Cereza no registraba el llamado del pedazo de madera, no lo imaginaba como lo que podía ser, entonces la madera seguiría siendo madera. Pinocho sería un cuerpo con patologías, con diagnóstico. Geppeto quería que Pinocho fuese alguien, tenía esperanza y deseo, quería comprender qué le pasaba, por qué quería hablar, qué comunicaba con una vocecita apenas audible. La diferencia entre un carpintero y otro no reside en el conocimiento de la madera, ni en la vocecita, si no en lo que cada uno imagina y desea que pueda llegar a ser ese niño. En sí lo quiere moldear a su gusto, o quiere que sea un sujeto.
Cada vez nos llegan más niños como Pinocho, con diagnósticos y protocolos de actuación. Los mismos protocolos, exactamente iguales, para muchos niños. La misma manera de indicar como pulir una madera. Por suerte, la Unidad Infanto-Juvenil de Fundación Esfera está llena de Geppetos, que han viajado buscando las mejores ebanisterías, que crean un vínculo con ese niño, que se separan de la mera adquisición de aprendizajes estímulo-respuesta para hacer crecer a ese sujeto a través de la emoción y del deseo. No existe el aprendizaje sin emoción. Recordad algo que hayáis aprendido en vuestra historia, de lo que deja huella. ¿Cómo aprendíais mejor, con ese profesor que repetía sin entonación y sin mirar a sus alumnos o con ese que disfrutaba, que parecía trasmitir su confianza en que algún día llegaríais a ser algo importante en la vida? Ese es nuestro equipo.
Es lo que surge en la relación entre el niño y nosotros, ese encuentro que no es del orden del dar sino del construir algo entre los dos lo que genera aprendizaje. ¿Cuál es el problema? No existen unas instrucciones de Ikea para eso. ¡Qué facíl sería!, además cualquier Maese Cereza lo podría hacer. Pero claro, no queremos marionetas, queremos niños de verdad.
Este cuento relata nuestra manera de trabajar, nuestra manera de recibir a los niños y de esta manera surgen los nuevos tratamientos. En este crear experiencias significativas entre profesionales y niños y entre los niños y sus padres.